Fundamentación histórica del Proyecto "Hoy nacerás del Pueblo como entonces", de creación y producción, ganador FONDO NACIONAL PARA EL DESARROLLO DE LA CULTURA Y LAS ARTES, "FONDART" 2010, NIVEL REGIONAL.
El 08 de Abril se recuerda un hecho doloroso (más bien vergonzoso) que enluta y desangra las páginas de la Historia Continental, a tres días de la gloriosa victoria en Maipú y cuando se creía ya iniciada una república de paz, de amistad, de hermandad y de solidaridad ente los Pueblos Sudamericanos.
Me refiero al torpe e innecesario fusilamiento de los hermanos Juan José y Luis Carrera, por culpa de la intriga, la mentira, el rencor, la envidia y la ambición personal sin límites de un oscuro personaje, cobarde y manipulador, que hoy ocupa un lugar insignificante en los textos historiográficos chilenos, por no decir ignorado, si no fuera por haber sido el instigador principal de este crimen y de muchos otros. Aunque quisiera, no puedo dejar de mencionarlo, pero sólo para exaltar la dignidad y la grandeza de todas sus víctimas, por contraste: se trata del despreciable y estigmatizado Bernardo Monteagudo, a quien las oligarquías sudamericanas aún veneran, disputándose la nacionalidad de este criminal encubierto, sus restos y la erección de monumentos.
Figura política, abogado y periodista, miembro de la Logia Lautaro, sus encendidos escritos lo muestran como uno de los más decididos y resueltos revolucionarios, sin embargo, en los hechos siempre encontró excusas para eludir responsabilidades riesgosas, apareciendo después como un gran protagonista heroico. Obtuvo altos rangos militares y su nombre aparece entre los más radicales y decididos partidarios de la emancipación, pero siempre se las arregló para mantenerse alejado de la primera línea de fuego, lo que no lo libró de ser encarcelado en el Alto Perú, después que los absolutistas controlaron la mayoría de las ciudades rebeldes.
Tras fugarse de Chuquisaca, se incorporó al Ejército del Norte, bajo las órdenes de José Castelli, al que fascinó con su discurso patriota, alcanzando el puesto de auditor, después de la Batalla de Suipacha.
Tras la desastrosa Batalla de Huaqui, se trasladó a Buenos Aires, pasado el momento de la muerte (¿o asesinato?) de Mariano Moreno (1811), con quien compartía la política de sospechar y vigilar a todo ciudadano español, independientemente de su posición política. Su exagerado odio patológico a los nacidos en España lo llevó a cometer muchas injusticias, llegando al extremo de influir en el masivo ahorcamiento de 41 españoles, sin juicio justo, acusados de participar en la “conspiración de Álzaga“, a quienes privó arbitrariamente de su legítimo y natural derecho a defensa, en calidad de fiscal de proceso (Martín de Álzaga, ex miembro del Cabildo de Buenos Aires, rico comerciante absolutista, enemigo de los gobiernos autónomos, fue el español más importante de los injustamente ahorcados).
Con una hipocresía convincente y adornada de un lenguaje revolucionario, en la Asamblea del año XIII (Enero de 1813), Monteagudo, como representante de Mendoza, tal vez inspirado en el Primer Congreso Nacional de Chile de 1811, respaldó y fue uno de los impulsores de un reglamento constitucional, de la libertad de vientres, del fin de la servidumbre indígena y de la supresión de los títulos de nobleza, entre otras iniciativas, consecuentes con sus escritos, especialmente los editoriales de su periódico “Mártir o Libre”, aunque su accionar distó mucho de ser humanitario.
Hacia 1814, respaldó a Carlos María de Alvear, siendo encarcelado tras la caída de éste (1815).
Exiliado en Europa, a su regreso fue amnistiado por Antonio González Balcarce, a quien aduló y logró convencer con su discurso (esta vez abiertamente partidario de la Monarquía Constitucional y enemigo furibundo del Republicanismo, al que tildaba de Anarquía), pero se le permitió sólo residir fuera de Buenos Aires y se trasladó a Mendoza.
Días después de la Batalla de Chacabuco (en la que Monteagudo no tuvo la más mínima participación), cruzó la cordillera y consiguió que San Martín lo nombrara auditor del Ejército de los Andes, desplazando a otros esforzados oficiales que lo merecían mucho más.
Tuvo un rol muy secundario en las batallas de 1817 y principios de 1818. El 19 de Abril de 1818, al vencer Mariano Osorio en Cancha Rayada, el cobarde Monteagudo cayó presa del miedo y partió a todo galope a Santiago, propagando la noticia de la muerte de O’Higgins y de San Martín, sembrando el horror y la incertidumbre en la población, a la que incitaba a emigrar a Mendoza, partiendo a todo galope a dicha ciudad.
Al llegar a Mendoza, propagó las malas noticias sembrando el pánico, a tal grado, que el gobernador Toribio de Luzuriaga se dispuso a fortificar la ciudad y tomar todas las precauciones, tal como ocurriera tras el “Desastre e Rancagua”, en caso que Osorio atravesase los Andes e invadiese la provincia de Cuyo, sitiando las ciudades.
Justificó su timorata huida con el pretexto de organizar nuevamente un Ejército que librara a Chile, como el de “los Andes”, misión que nadie le había encomendado.
Al llegar a Mendoza la noticia de la recuperación de las fuerzas patriotas, encabezadas por San Martín y del optimista estado de ánimo de la ciudadanía, envalentonada por Manuel Rodríguez y Luis de la Cruz, además del apoteósico arribo de O’Higgins a la capital chilena, dejando en claro que ambos próceres estaban vivos, las emprendió contra Juan José y Luis Carrera, exigiendo su inmediata ejecución, pues serían supuestos organizadores de una conspiración republicana que daría muerte a San Martín y O’Higgins, para colocar a José Miguel Carrera en el poder.
Esta desesperada maniobra no fue motivada por su odio al régimen republicano o su aversión a los Carrera, sino como una forma de salvar su ya deteriorada y desacreditada imagen, dando a entender que guardaba celosamente las espaldas al Gobierno Chileno, al ser él su máximo guardián y defensor, lo que disimularía su ausencia en Santiago.
Al conocerse la victoria patriota de Maipú (en la que tampoco participó, por hallarse en Mendoza), Monteagudo apresuró el juicio, antes que la alegría triunfal motivase a los próceres hacia la amnistía de los prisioneros y su figura aumentase el descrédito.
Juan José Carrera era valiente y fuerte (se decía de él que era capaz de detener un carruaje en marcha con sus manos), pero carecía de las dotes políticas y militares de su hermano José Miguel. Instigado por Javiera Carrera, su hermana mayor, había fraguado un plan para pasar a Chile, dar un golpe de Estado, instalarse en el poder, poner como ministro de guerra al general Brayer, secundado por Luis Carrera, y enviar a José Miguel nuevamente a Estados Unidos, para organizar un poderoso ejército y una flota invencible, capaz de liberar todo el Continente Americano e imponer un republicanismo federal, tomando prisioneros a O’Higgins y San Martín, los que serían juzgados, al ser acusados de “monarquismo”.
Tan descabellado y ridículo plan produjo la furia de José Miguel Carrera, entonces en Montevideo y aliado de Artigas, indignado con su hermano mayor, pero impotente y sin recursos, pues no podía pasar a Buenos Aires.
Como era de esperarse, Juan José Carrera fue fácilmente descubierto y encarcelado. Luis Carrera se había limitado a creerle, cometiendo la torpeza de asaltar un postillón que enviaba el correo a Chile. De ningún modo constituían una amenaza para Santiago o Buenos Aires, pero Monteagudo, con su habitual poder de convicción, pudo fácilmente arrancar del tribunal y del gobernador Luzuriaga el urgente decreto para fusilar a los dos hermanos y quedar como el héroe que desbarató una conspiración.
Los condenados fueron fusilados sin demora. La esposa de Juan José hizo todo cuanto le fue posible por retrasar la ejecución, con la esperanza de un indulto desde Buenos Aires o desde Santiago (se dice que éste llegó, pero Monteagudo no permitió se conociera).
Luis Carrera murió con la primera descarga, pero el cuerpo de Juan José continuó saltando y revolcándose en el suelo, dando tumbos; fueron necesarias varias descargas para dejarlo inmóvil, como si rechazara la muerte, tal como la había despreciado en vida, con su imprudente y arriesgado actuar temerario.
Javiera Carrera y José Miguel, como la mayoría de los carrerinos, culparon a O’Higgins, a San Martín y a la Logia Lautaro de estas ejecuciones, lo que nunca ha podido comprobarse, al contrario: existen documentos que prueban los grandes esfuerzos de ambos para salvarlos. El Gobierno de Buenos Aires no fue consultado; tampoco es un pretexto la ignorancia del triunfo de Maipú, la duda o el temor a Osorio, pues el correo demoraba cuatro días desde Santiago a Buenos Aires; a Mendoza demoraría la mitad de ese tiempo.
Un pacto de hermandad de la Logia Lautaro protegió a Monteagudo, borrando toda probable culpabilidad, pero también aumentando las sospechas de un plan colectivo fraguado por eliminar a los encarcelados; no obstante, a causa de estos crímenes fue confinado Monteagudo a San Luis, donde se vio involucrado en nuevas intrigas, esta vez contra los españoles derrotados en Maipú, prisioneros en esa ciudad.
Se vio también enredado (probablemente como el principal promotor) del asesinato de Manuel Rodríguez y del fusilamiento de José Miguel Carrera. Sin embargo, merced a su fascinante poder de persuasión y su habitual condición de adulador, consiguió acompañar a san Martín al Perú y continuar sus felonías, materia para otros comentarios